En un momento de la vida creemos que nada podría estar mejor, que todo es perfecto, que no existe vida mejor que la nuestra. Destacamos el optimismo, la voluntad y la esperanza. Vivimos oliendo rosas y cantando en un jardín. Rodeados de colores, arcoiris y soles, soles que se apagan con una simple lluvia. ¿Para qué nos sirve tanta felicidad? si después, cae de repente, y nos provoca un sentimiento causado por la sobredosis de ésta. Todo lo que era perfecto (para nosotros), todo, se va al vacío. Así, como si nada, de repente. Y quizás por una simple fantasía. Es impresionante como las cosas pueden dar ese giro 180 grados, lastimándonos, haciendonos querer huir de todo -y todos-, convirtiendonos en mejores amigos de la angustia, soledad, negatividad.
¿Por qué es que no puede existir un equilibrio? se pasa de la máxima felicidad, a la tristeza, así, en un segundo. Si tuvíeramos una balanza, por un lado ponemos la felicidad, bien, está arriba, ¿pero después? colocamos a la tristeza del otro lado, del otro soporte, y nos encontramos con que sube, sube, y supera el peso de la felicidad. Y descubrímos que la tristeza, junto a sus factores, pesan más. Y es un peso que duele, duele en el alma. Yo, quiero un equilibrio, nos hacen creer que se pasa de un lado a otro, pero yo creo en que existe un intermedio. Y existe, porque creo en mi a pesar de todo.
miércoles, 19 de enero de 2011
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