lunes, 31 de agosto de 2009

Escuela

El techo oscuro de la escuela y Ana avisándome de que ya es la hora. Las estrellas desde el cuadrado de la ventana del Water, eran mil veces más hermosas. Y Ana siempre sabía más nombres que ninguna. A menudo pensaba que se las inventaba, o que los había leído y luego daba su nombre a cualquiera, que no podían verse todas desde nuestro cuadrado. Y todas las confidencias susurradas, que podían haberse contado durante el día, pero ahora parecían más verdad, más importantes. Casi siempre eran proyectos o sueños; no había mucho para contar hacia atrás, pero entonces, no nos dábamos cuenta. Y siempre las ganas de toser cuando más peligro había. Noches de puntillas sobre las baldosas. Noches de oscuridad y susurros. Tras los bailes enfebrecidos en que nos perdíamos la una de la otra. Una ligando y otra bailando. De espaldas al mundo, frente al altavoz. Como castigada, decías tú. Pero era como premiada. Llegar a casa siempre más tarde de la hora, siempre hablando bajo. Comiendo a oscuras en el cuarto, con esa voracidad de voz gangosa que da la hora, cuando no se miran las estrellas. Confidencias mal recordadas, escuchadas apenas, que mañana serán otras, pero serán las mismas. Lealtades hechas de susurros y de brumas. En aquel pasillo atiborrado de lamparones, cuando tu casa dejó de ser hogar y yo empecé a añorar aquella vieja ventana. Cuando decidí no seguir haciendo como que no oía susurros al otro lado de la puerta, y la abrí y te vi... y no pude seguir haciendo como que no sabía. Como que no sabía que tu mirada no iba a volver a ser la misma. Como que no sabía que las cosas en que creer, ya no iban a volver a ser. Como que no sabía que tus cuchicheos ya no merecían la pena ser escuchados, que sólo eran susurros de muerto perforando el aire en distintas voces; en todas direcciones, que ya no eran proyectos, que ya no eran, como que no sabía que hacía tiempo que de tus brazos agrietados salía un frío gélido que me recorría de la cabeza a los pies, que ya no estaban de puntas sobre las baldosas, ni había ventanas abiertas desde las que enmarcar estrellas.


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